No he escrito desde hace un buen tiempo. Otras obligaciones consumen mi tiempo y si bien no es tortuoso como cuando trabajaba en la escuela, lo verdaderamente preocupante es que por lapsos que considero demasiado prolongados mi creatividad se duerme profundamente. Permanecer aferrada a mis sueños ha sido más complicado puesto que a veces la tristeza me estanca en la silla de mi escritorio y no se me ocurre nada más que seguir con mi trabajo y la rutina.
El encierro prolongado me ha hecho huraña, si bien socializo un poco, esta nueva vida no tiene nada que ver con la que llevaba antes del 2020 y además agradezco que así sea pues yo cambié y todo cambió. La inspiración llegaba en las calles, en los trayectos en el transporte, en los museos y en las bibliotecas. La vida doméstica me agrada pero también me borra. Traigo un enojo prolongado por frustración que ya me tiene cansada, pues el enojo se convierte en tristeza y se recicla y se recicla. Por eso creo que en este espacio puede encontrar un sentido que después me lleve a crear.
La muerte de mi abuelo me ha sacudido en muchas formas, cuando vivía y estaba en esa cama me imaginaba que no le extrañaría mucho puesto que nuestra interacción no era tan íntima, pasaba a saludarlo, a platicar con él y él se quedaba en la cama escuchándome y respondiendo inteligiblemente. Ya no veía y el sol le rozaba el rostro a través de la ventana. Recuerdo que no tenía ni una arruga y una cana le crecía justo en la punta de la nariz. A veces tenía pellejos en los labios y yo se los quitaba con cuidado. En realidad me acuerdo mucho de él. A veces escucho su voz en mis recuerdos y escucho el ¿Dónde está la Paloma?
«Paloma», así firmo. Mi abuelo me puso Paloma. Cuando era pequeña me gustaba perseguir a las palomas que estaban en el atrio de la iglesia. Un día estaba en el patio de mi abuela, corriendo en círculos y agitando con fuerza las alas, mi abuelo dijo que yo era una paloma y así me rebautizó. Paloma es un nombre por el que solo la gente más allegada a mí me nombra. Es un nombre de libertad, que se me otorgó en un momento inocente en el lugar en el que más me han amado y cuidado, ese nombre me recuerda cuánto me quiso mi abuelito Pancho y cuanto lo quiero yo también.
No he estado inspirada porque me ignoro y eso pasa cuando no quiero enfrentar lo que de verdad me interesa, es muy doloroso. Quiero y no quiero hablar de la muerte, pasar dos duelos al mismo tiempo es una grosería. Moriré y me parece irreal, no entiendo cómo es que todo aquello que nace solo por hacerlo morirá, es natural porque siempre ha sido ese el destino, pero no lo es porque yo no se como es estar muerta y bueno, tampoco sé bien cómo es estar viva.
La partida de mi abuelo ha hecho surgir muchas preguntas. Me cuestiono mi presente, mi futuro y me asalta el miedo. Otra vez las monedas están al aire, muchas cosas están por definirse este mes y aunque me dieron de alta de terapia hace poco, siento que aún hay mucho por recorrer. De nada sirve preguntarme qué me interesa si de todas maneras no me doy el tiempo y el silencio para conectar con eso que de verdad tengo que resolver.
Ahora me doy cuenta de la profundidad de la pregunta de mi abuelo ¿Dónde está la Paloma?
¿Dónde está esa niñita inspirada? ¿Qué está haciendo? ¿Qué ha sido de ella?
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