«En el estado corporal más vulnerable y sensible me introduje en el vientre de la roca y me vi claramente; era yo, esa oscuridad fría, tenebrosa, imponente y sobrecogedoramente fascinante.

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Era yo ese espacio doloroso y oscuro donde las piedras sueltas amenazan al andar, era yo la humedad, las lágrimas que se pegan a la piel de la roca, la lava petrificada, la hostilidad, la muerte y el renacer

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Puedo ser también ese silencio rotundo, esa absoluta nada y a la vez ese inminente refugio, ese lugar de natural transformación y resguardo.

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Vive en mí la solidez de la roca y la fragilidad del derrumbe que cierra y abre caminos. Surgí de la vida del volcán que ardió con furia, del vientre precioso de la montaña; mi madre es la obsidiana, mi padre el fósil, mi hermano la arena.

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Yo me reflejo en la cueva, soy ese ente profundo, severo, formidable, cerrado y abierto; testigo del tiempo que en su corazón resguarda la lava primigenia que aún abraza, y que arde, que a veces quema, que surge dentro de la montaña y que a su vez, busca formar un nuevo continente».

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