Martina es su casa, es el deseo de oír que sus pájaros canten cuando sólo guardan silencio, es los cuidados que mantienen a Francisco y a su jardín siempre perennes. Martina no es su nombre, sino el que ella ha elegido para ser nombrada: Beatriz, Beatriz, Beatriz. 

Ella es la oscuridad y la resolana que nunca alcanza a calentar la casa, es el olor a mantequilla y pan, a café y a hogar. Ella es de tierra, de una tierra que sostiene en su lomo un bosque siempre frío y húmedo, que vió conejos y venados y mapaches y cacomixtles  habitar ahí durante las semanas de eternas lluvias. Es ella sus hijas y su hijo, que la perméan  del mundo pero que no la alcanzan, que no la dejan. Martina es el sol en el que nuestras voluntades se doblegan ante sus peticiones siempre justas. 

Francisco es la Tierra, es el pasado que permea todo su presente, es su eje; es el tirano que ahora duerme esperándola siempre a ella, esperando también la muerte que lo acaricia pero que no lo toca.  Ella es mi abuela, la que guarda en su ropero y en su alma tesoros de los que nadie sabe y que a veces comparte sólo conmigo. Verla, escucharla y entenderla es darle una mirada profunda al espejo.

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Paulina Vázquez, 2019.